‒ Te dejo…

Te encuentro atómica y en albores en mis entrañas e infiernos, en los profundos cimientos de mi pecho aventurero. En mis allá que acerco para decirte te quiero, en la distancia de un dedo contra tus labios de ensueño. Frente a tus senos hirvientes con los botones en fuego y en tus caderas que meso. Te encuentro alegre en mis sesos, en mis memorias de ciego, en mi vista sin tormentos y en esta vida que añejo, de momentos.

– ¡Te encuentro hablando de amores; y no te callo, te dejo…!

Te encuentro, te rezo y cuando te veo te recuerdo, porque el pensar es efímero, aunque nos parezca eterno. Y nadie sabe de nuevo, pues la juventud nos da aliento pero solo siendo viejos sabemos lo que queremos. Y nadie sabe que muero, que por ti me he caído dentro, que la erupción en tus vellos me tiene loco el cerebro y no hago gestos, jadeo. Y solo sé que te encuentro, en la cintura del tiempo, copulando en mis mareos.

Y solo sé que te mezclo, que de la nata del sueño hago el resto del encuentro, que te mastico y te trago y no indigesto, que de la nada me lleno. Que te como como si fueras un queso, que el apetito que tengo en ti se sacia completo. Que te vivo, te bendigo y te recreo. Que te endioso cual la diosa de mis cuentos, que por tu cuerpo gravito en tus senderos. Que penetro tu infinito con mi cetro y que tirada te dejo, amada, gimiendo.

‒ ¡Y así te dejo, oliendo a nexo, hondo bullendo!

– Te cargo y peso y en ti me quedo, contigo vengo y si vienes vuelvo y te pongo en celos; y entre ternuras y ruegos, tus golosinas comiendo, en ti me encuentro el deseo…

‒ Por ti me subo a tu cielo y bajo al Edén tu reino, cuando te encuentro en mis versos.

– ¡Y te dejo, pues te tengo!